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Barcelona :: 24/06/2023

Barcelona, mayo de 1937 ¿una guerra civil dentro de otra?

Daniel Campione
Fueron unos sucesos dolorosos que, entre otras consecuencias, tuvieron la de empujar a los ministros anarquistas fuera del gobierno republicano

Otra secuela lamentable fue la persecución desatada contra un partido pequeño pero influyente, sobre todo en Cataluña, el POUM.

Barcelona era la ciudad de España con mayor presencia anarquista, y junto a ella toda Cataluña. Allí estaba la principal base de operaciones de la central obrera de militancia libertaria y sindicalista revolucionaria. Parte de sus miembros resguardaban el frente de Aragón. Otrxs seguían en la ciudad, con fuertes posiciones en la industria, el comercio y los servicios colectivizados e incluso en funciones de vigilancia y custodia, a través de las “patrullas de control”.

Había en Cataluña tensiones entre distintas fuentes de autoridad política y asimismo económica: por ejemplo entre industrias colectivizadas (bajo predominio anarquista) y bancos (bajo control comunista). Las patrullas de control, organizadas por los libertarios, actuaban al margen y a menudo en contra de las autoridades policiales republicanas.

Se profundizaba el descontento en las corrientes situadas más a la izquierda entre las que luchaban contra el fascismo: Las Juventudes Libertarias; una pequeña y aguerrida agrupación formada hace poco que actuaba como “Los Amigos de Durruti”, y el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), comunistas de izquierda detestados por el comunismo oficial. A los miembros del POUM se los acusaba desde unos meses antes de ser espías del nazismo.

En diciembre de 1936 el máximo líder del POUM, Andreu Nin, había sido excluido del gobierno catalán, en el que ocupaba la cartera de Justicia, sin que los libertarios lo respaldaran.

Andreu Nin.

En marzo de 1937 los ácratas se retiraron del consejo de la Generalitat (el gobierno catalán), en parte por resistirse a que se desarmara a las patrullas de control y se entregaran las armas al gobierno. Poco después se expulsó a los libertarios de los puestos de frontera con Francia, que pasaron a la órbita de los carabineros, la guardia fronteriza oficial. Se suscitó un enfrentamiento en Puigcerdá, población limítrofe, en el que hubo muertos, incluido el alcalde anarquista de la localidad.

Por esos mismos días, cuerpos policiales de jurisdicción nacional (guardia de asalto y guardia nacional republicana) ocuparon poblaciones del norte de Cataluña, como Figueras. Un militante del PSUC (brazo catalán del comunismo español) fue asesinado en oscuras circunstancias el 25 de abril. La celebración del primero de mayo fue suspendida en Cataluña por el clima de tensión que se vivía.

El desacuerdo más conceptual era entre quienes sostenían que la prioridad excluyente era ganar la guerra contra el fascismo y que la revolución social no era la prioridad del momento y quienes sostenían que guerra y revolución eran aspectos inescindibles de un mismo proceso revolucionario. Para ellos era verdad que la derrota militar equivalía al sofocamiento del movimiento revolucionario, y al mismo tiempo creían que no podía haber victoria militar sin llevar adelante el proceso revolucionario.

En una posición intermedia, el sector más “moderado” o “posibilista” de la CNT apostaba a evitar que se agudizaran las contradicciones e impedir el enfrentamiento al interior de la causa republicana. Cuando la hostilidad hizo eclosión en forma de enfrentamiento violento buscaron que se arribara a una solución pacífica.

El choque armado

El acontecimiento que precipitó el estallido fue la toma de la central telefónica barcelonesa por fuerzas oficiales de la generalitat y de la república, el 3 de mayo. Se jugaba el control efectivo de las comunicaciones, y en el contexto de máxima tirantez, fue el hecho que disparó el enfrentamiento. Es cierto que los operadores telefónicos, afiliados a la CNT, interferían o interrumpían las comunicaciones, incluso las de presidentes o ministros, lo que aparecía como la razón de la ocupación.

Los anarquistas y sus aliados veían como sus espacios de poder eran desmantelados uno tras otro. El caso de la telefónica fue su límite. En el mismo recinto de la central hubo resistencia armada contra los ocupantes.

Una multitud se congregó en la plaza en señal de protesta por el acto de fuerza. Otros acudían en respaldo de la acción gubernamental. Entre estos últimos destacaban los militantes del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), el brazo del comunismo en tierras catalanas. Había armamento en retaguardia de las distintas tendencias y poco se tardó en armarse, tomar posiciones, construir barricadas y entablar un combate callejero. Militantes de distintas corrientes controlaban distintas zonas de la ciudad.

En algún momento posterior Francisco Franco se jactó de haber desatado el enfrentamiento, como modo de facilitar una ofensiva sobre el frente de Aragón, en el que tenían peso decisivo las milicias provenientes de Cataluña.

Al día siguiente, 4 de mayo, Juan García Oliver y Federica Montseny, dos de los ministros libertarios se dirigieron por radio a quienes luchaban pidiendo un cese del fuego y la vuelta al trabajo.

Entretanto hubo serios amagos de divisiones que se encontraban en el frente de dejar sus posiciones y sumarse a las hostilidades en Barcelona y otros lugares. Finalmente desistieron, algunas por el llamado al cese de la confrontación por parte de los ministros anarquistas, otros por la amenaza de bombardearlos por parte de la aviación republicana.

Mientras se efectuaban trabajosas negociaciones de pacificación, que incluían una reconfiguración del gobierno catalán, los Amigos de Durruti lanzan una proclama concluyente:

“Ha sido constituida una Junta Revolucionaria en Barcelona. Todos los responsables del golpe de estado, que maniobran bajo protección del gobierno, serán ejecutados. El POUM será miembro de la Junta Revolucionaria porque ellos apoyaron a los trabajadores.”

El 5 de mayo Camilo Berneri, eminente escritor italiano de tendencia anarquista es arrestado por un grupo en el que se mezclaban policías y militantes. Luego será asesinado junto a otro compañero de militancia.
El secretario general de la UGT catalana, central rival de la CNT resulta muerto en un tiroteo.

Ese mismo día arriba a la ciudad la ministra Montseny, para emprender una nueva mediación. El 6 la CNT insiste en llamar al regreso al trabajo.

El 7 llega un fuerte contingente de la Guardia de Asalto. Se reitera el llamamiento cenetista que esta vez reza: “¡Abajo las barricadas! ¡Que cada ciudadano se lleve su adoquín! ¡Volvamos a la normalidad!”

Los guardias de asalto desarmaron y detuvieron a numerosos miembros de la CNT, la Federación Anarquista Ibérica (FAI), la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL) y el POUM. El 8 de mayo las calles recuperaron su aspecto “normal”.

La prensa de la época estimó un saldo de 500 muertos y millares de heridos. Análisis posteriores evaluaron en más o en menos el número de víctimas. En casos como este siempre es arduo llegar a una cifra exacta.

Las sombrías consecuencias

Un eco inmediato de esta rebelión fue el desplazamiento de Francisco Largo Caballero de la jefatura de gobierno, y una reestructuración del gabinete que hizo cesar la participación de los cuatro ministros anarquistas. A Largo Caballero se le culpaba de la poco favorable marcha de la guerra y de lenidad frente a la sublevación catalana, entre otros cargos. Un socialista “moderado”, Juan Negrín, fue puesto a cargo del gobierno.

Los comunistas y los socialistas menos radicalizados alcanzaban así creciente gravitación en la esfera gubernamental. Las dos centrales obreras, CNT y UGT perdían su lugar de preeminencia.

Otra consecuencia fue la ilegalización del POUM, a mediados de junio.
No sólo se les hacía cargo de la rebelión sino que se los estigmatizaba como traidores, espías de Franco y hasta agentes de Hitler. Los métodos que se hallaban en vigencia en la Unión Soviética se proyectaban sobre España. Incluso funcionarios de la inteligencia soviética jugaron un rol decisivo.

Esa proscripción acentuaría una persecución en toda regla, con encarcelamientos, maltratos, torturas e incluso asesinatos. El crimen más resonante sería la detención, secuestro, salvajes torturas y desaparición de Andreu Nin.

Acababa de escribirse una de las páginas más oscuras de toda la guerra en el campo republicano. Se desdibujaba el tinte heroico de la lucha contra el fascismo.

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