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Nacionales PP.Catalans :: 31/01/2020

La convivencia en Catalunya y el rey de los embusteros

Domingo Sanz. LQS
Si cito al rey con insistencia es porque, tanto por su cargo como por sus palabras, lo considero el líder de las acusaciones contra los republicanos catalanes

“…han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana, llegando ─desgraciadamente─ a dividirla. Hoy la sociedad catalana está fracturada y enfrentada”.
(Del discurso de Felipe VI transmitido por televisión el día 3 de octubre de 2017, refiriéndose al gobierno de Catalunya, presidido por Carles Puigdemont).

Más de dos años después, ayer mismo, decidí reaccionar tras comprobar que habían pasado sesenta segundos, bueno, quizás fueron sesenta minutos, desde la última vez que alguno de los seguidores del rey, esos políticos que ponen la unidad de España por encima del aire que respiramos (nosotros) hubiera vuelto a acusar a los independentistas de estar dividiendo Catalunya y destruyendo su convivencia.

Tras descartar que a esos políticos y a su rey la convivencia que les preocupe en Catalunya sea la que se rompió entre Puigdemont y Junqueras a los pocos días del referéndum de 2017, decidí buscar la verdad en el Instituto Nacional de Estadística, el INE. Se trata de un lugar de fácil acceso, que pagamos entre todos y que cada uno de los políticos que abren la boca cobrando de nuestros impuestos, entre ellos el rey, deberían visitar antes de hablar, al menos para reducir el número de mentiras excesivamente descaradas y fácilmente desmontables que cometen.

La población total de Catalunya es de 7,5 millones y la del resto de España de 39,1 (46,6 – 7,5), según datos de 2018. Por tanto, la ratio entre ambas realidades es de 19,2 (7,5 / 39,1), lo que significa que para comprobar si las acusaciones contra los independentistas tienen fundamento hay que buscar conflictos de convivencia de los que haya información fiable tanto en Catalunya como en el resto de España. Y, a continuación, comprobar si respetan la ratio del 19,2 o cuanto y en qué sentido se alejan de ella.

En resumen, que, hablando de conflictos de convivencia mensurables y comparables, si sus ratios Catalunya/España fueran significativamente superiores al 19,2 que marca la “ley” poblacional, habría que dar la razón al rey y a sus seguidores, es decir, al bloque del 155 formado por el PP, PSOE y Ciudadanos. Y a los de Vox, que toda represión les parece poca, y toda mentira verdad, si sale por su boca.

En cambio, si las ratios fueran significativamente inferiores, la única calificación que merecerían esos mismos políticos, con su rey siempre a la cabeza, es la de ser unos embusteros redomados y, por tanto, constituir un grave peligro para la sociedad que los mantiene.

(Aunque admitiremos “arrepentimientos”, como el reciente de Susana Díaz sobre su comportamiento en 2016 contra Sánchez, aunque con otras palabras, y también cambios radicales de opinión, como el del propio Sánchez sobre Catalunya, siempre que nos demuestre que no ha sido solo para conquistar La Moncloa y de verdad pretende desjudicializar, dialogar y negociar, y que con esa causa por bandera está dispuesto a enfrentarse a la alianza masiva de franquistas políticos y judiciales que el rey mira con toda la simparía que es incapaz de disimular, pero que no deja respirar a la democracia).

Si cito al rey con insistencia es porque, tanto por su cargo como por sus palabras, lo considero el líder de las acusaciones contra los republicanos catalanes. En los siete discursos con mayor audiencia que ha pronunciado hasta la fecha, los seis de Navidad desde 2014 (no hay que olvidar que el 9N de 2014 se había celebrado la consulta de Artur Mas), más el citado del 3 de octubre de 2017, Felipe VI mencionó hasta 35 veces la palabra “Convivencia” y 24 la palabra “Cataluña”. Esta vez no renunciaré a las comparaciones odiosas, pero certeras, para dejar constancia de que, en cambio, la palabra “Corrupción”, solo la pronunció 4 veces.

Teniendo en cuenta que el número total de palabras de los siete discursos citados es de 9.830, la conclusión es que el segundo problema que más preocupa a los españoles desde tiempos inmemoriales (el CIS si tiene la memoria), el de la corrupción, le merece a su rey el 0,00041 del tiempo empleado en sus discursos más populares desde 2014. En cambio, y por eso creo que Felipe VI es el líder de las agresiones contra los catalanes, dudo que incluso sus más ciegos seguidores, con todo lo que hablan, digan “convivencia” 35 veces de cada 9.830 palabras que pronuncian. Lo que ocurre es que son muchos, y por eso tenemos que soportar tantas veces una de las mejores palabras del diccionario pronunciada siempre con una de las peores intenciones de las que se ocultan en las peores almas.

Por último, y antes de entrar en la investigación de los conflictos de convivencia sobre los que exista información fiable, parto de la base de que el rey y los políticos de su cuerda solo pueden referirse a conflictos de convivencia entre particulares, pues si la convivencia en general estuviera rota, los catalanes estarían matándose unos a otros, o a punto de empezar. Como pasaba cuando una minoría con muchos altavoces, tras la victoria en las urnas del Frente Popular, incendiaban el ambiente en toda España para propiciar el 18 de julio. Tardaron poco más de cuatro meses en conseguirlo. En cambio, nadie en su sano juicio puede creer que los catalanes, que además no disponen de las siempre peligrosas fuerzas armadas, vayan por ese camino.

Buscando “conflictos de convivencia entre particulares”, he pensado que las miradas aviesas, o incluso “de odio”, o las discusiones en voz alta acompañadas de insultos y mantenidas en público o en privado, o las rupturas de amistades largas, o las desvinculaciones de los grupos de mensajería, o hasta las rupturas de relaciones comerciales o laborales entre personas que discrepan sobre si son “presos políticos” o “políticos presos”, por ejemplo, podrían ser los conflictos que el rey y sus seguidores hayan estado investigando con todo detalle para poder malmeter contra los catalanes.

Pero resulta que, por mucho que busco, el INE no ofrece estadísticas ni de malas miradas ni de ninguna de esas otras maldades que demostrarían la responsabilidad de los líderes catalanes en el envenenamiento masivo de “la convivencia”, por lo que me decido a buscar otros números que permitan comparar malas convivencias del mismo nombre entre Catalunya y el resto de España.

Entonces me topo con la “violencia de género” y con la “violencia doméstica”, esas “cosas” que pueden estar ocurriendo en la casa de cualquiera de nuestros vecinos, y cuyas explosiones se activan, en ocasiones, con cualquier noticia de las que aparecen por la tele mientras cenamos.

En unos pocos segundos el INE proporciona una información que no puede ser falsa.

Es indiscutible que Catalunya presenta unas cifras mucho más bajas, es decir, mejores, que el resto de España, aunque sea desde ese “resto” donde el rey y sus seguidores acusan a los catalanes.

Y, de nuevo, lo de la “paja en el ojo ajeno…”. Si Catalunya presenta unas ratios tan envidiables de convivencias de género y doméstica, es porque otras CC.AA. dejan mucho que desear. Hagan lo mismo que he hecho yo y se llevarán algunas sorpresas, pero no busquen en el País Vasco, otro nido de independentistas, pues allí la ratio que presentan es todavía mejor que en Catalunya: no llega ni a la mitad de la que le correspondería por su población.

El caso es que en Catalunya no hay ni un solo año cuya ratio se aproxime al 19,2 que rige para la comparativa de referencia, la de ambas poblaciones.

Y por lo que se refiere a la evolución desde 2011 hasta 2018 no solo es evidente que el Procés no ha producido más conflictos de convivencia en Catalunya, sino que en Catalunya se han reducido en mayor medida que en el resto de España.

Esta información es parcial, evidentemente, porque solo se refiere a ese tipo de conflictos de convivencia, pero cumple la ley de los grandes números y quedo a la espera de que el rey, o cualquiera de los otros envenenadores de la convivencia en Catalunya, y por extensión en el resto de España, presenten datos igualmente fiables que den la razón a sus acusaciones.

En cambio, y puestos a teorizar, pero apoyado tanto en estos datos como en el pasado reciente de épocas también transitorias, me atrevo a aventurar que la lucha de los catalanes que reclaman el derecho a decidir ha mejorado la convivencia en Catalunya, pues entre miles de grupos de amigos y de ambientes familiares se ha hablado mucho más de política sin una sola víctima, al margen de las ocasionadas por las fuerzas represivas del rey y sus seguidores golpeando a los votantes de todas las edades que acudieron a la convocatoria realizada por sus autoridades más cercanas y queridas.

Pero de esos hechos contra la convivencia tampoco informa el INE.

En mi opinión, tanto en Catalunya como en el País Vasco, aquí en otro momento histórico, se está produciendo una redefinición, a mejor, de los parámetros que rigen la convivencia en ambas sociedades, en parte como ocurrió en España durante la Transición.

La Constitución, que se escribió durante aquellos años y que tanto mencionan el rey y sus seguidores, Sánchez, Casado, Abascal y tantos otros, contiene más de 18.000 palabras, pero solo dos veces aparece la palabra “convivencia”. Una + una = dos.

Se ve que en aquellos años no había problemas de convivencia, aunque los de ETA cometieran atentados terroristas y los franquistas asesinaran abogados laboralistas o prepararan golpes de estado. Y aunque en millones de familias se reprodujeran conflictos generacionales entre padres e hijos de inquietudes políticas enfrentadas.

Por cierto, quizás ayudaron a construir una convivencia nueva en aquella España los comportamientos represivos que durante la Transición siguieron demostrando los policías que tanto mataban durante la dictadura.

Entonces, pregunto:

¿Le suena a usted, rey, y a ustedes, sus seguidores, que un tuerto catalán llamado Roger Español y cientos de apaleados por policías pertrechados a sus órdenes y descargados desde barcos amarrados en el puerto de Barcelona hayan podido contribuir a la construcción de una nueva convivencia en Catalunya, con una eficacia mucho mayor que la de todos los líderes independentistas, juntos o enfrentados?

Porque, lo ponga o no en las leyes, no hay nada que entusiasme más en una sociedad que la ilusión por un futuro nuevo, aunque, por supuesto, siempre haya minorías que se resistan. Pero para eso están las urnas que reclaman los que quieren cambiar las cosas.

¿O es que acaso nos creemos que millones de franquistas no sufrían al verse avasallados por la parte de la sociedad que quería democracia tras la muerte de Franco?

Volviendo al rey, creo que por decencia debería renunciar al uso de la palabra. No se puede disfrutar de blindaje constitucional para cometer impunemente hasta los más execrables delitos sin que te puedan tocar un pelo, no estoy diciendo que eso haya ocurrido, y tener también derecho a decir mentiras.

Terminaremos regresando al principio.

Por una parte, tenemos la información del INE sobre conflictos reales de convivencia que no han sufrido la menor alteración a causa de la movida catalana.

Por otra, tenemos también la evidencia de que durante los dos últimos años se ha mantenido la estabilidad de la economía catalana a pesar de la política de tierra quemada que significó el decreto de Rajoy para estimular la huida de grandes empresas.

Y, por último, tenemos igualmente la continuidad de las victorias electorales independentistas en las cinco últimas convocatorias a las urnas.

Todas estas pruebas demuestran, mientras nadie presente otras, que la frase elegida para comenzar este artículo, y el discurso entero al que pertenece, fueron, fundamentalmente, una nueva manifestación del odio hacia los catalanes que sigue instalado en la cúspide del Estado español y que, cada cierto tiempo, expande su veneno hacia toda la sociedad.

Recayó, primero, en el vicio fácil, y tan español, de odiar a los catalanes, aquel Rajoy desquiciado por la gran mentira de su jefe, un tal Aznar, que le impidió llegar a la Moncloa en 2004.

Y nadie hubo después, ni socialista ni monarca ni juez valiente ninguno, que se atreviera a romper la maldición. Solo había que dar con las narices en la puerta a los políticos españoles y cobardes que se refugiaban tras las togas porque eran incapaces de sostener las miradas de los políticos que los ciudadanos catalanes habían elegido para defender sus intereses

 

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