Editorial: Catalunya, un fin de semana histórico y de consecuencias irreversibles
En el curso de los últimos días Cataluña ha estado viviendo, posiblemente, sus horas más duras desde el final de la pasada guerra civil.
El ingreso en prisión de los consellers cesados por la aplicación del artículo155, Forcadell, Turull, Bassa, Romeva y Rull el pasado fin de semana, así como la implacable detención en Alemania de Carles Puigdemont, pone de relieve que el ejecutivo ultraconservador español, encabezado por Mariano Rajoy, tiene el propósito de castigar duramente a aquellos que han osado cuestionar la sagrada unidad del Estado.
Bastaría con conocer algunas secuencias de la historia de Catalunya a lo largo de los dos o tres últimos siglos para apercibirse de lo implacable que puede ser el centralismo españolista en relación con cualquier tentativa cismática.
El poder central - arrogante, pero también inmensamente torpe - ha estado batallando encarnizadamente durante dos largos siglos en múltiples frentes continentales en contra de un tsunami segregador que terminó cuarteando un imperio cuyas estructuras correspondían más al medievo que a los siglos XIX y XX. Mientras las grandes potencias capitalistas europeas trataban de encontrar fórmulas de asociación novedosas que les permitieran seguir explotando a sus antiguas colonias, Madrid se empeñaba, empecinado, en continuar defendiendo su destino en lo universal desafiando a los ritmos de la Historia. Tanto ayer como hoy ese propósito "ejemplarizador" ha continuado siendo una constante en nuestro omnímodo poder central. Se trata de un fenómeno que se da tanto en el Estado como aparato, como en los hombres que lo han encarnado: la ausencia de inteligencia encuentra en la represión su más seguro aliado. Lamentablemente, los españoles han tenido la desgracia de heredar tanto a uno como a los otros.
Pero, posiblemente, el propósito ejemplarizante no esté exclusivamente dirigido contra la rebeldía catalana. Todo indica que lo que se pretende hoy es que la “lección” sea aprendida por todos aquellos sectores sociales que, de unos años a esta parte, han comenzado a dejar patente su rechazo a las inaguantables presiones económicas que desde el Estado se ejercen contra la mayor parte de los asalariados, los pensionistas, las mujeres y los jóvenes; y también por las nuevas generaciones que, una vez descubierto el escandaloso fraude de la llamada “transición”, han empezado a cuestionar la forma monárquica del Estado español, impuesta por la fuerza por la dictadura precedente.
Es cierto que la ofensiva emprendida por el gobierno de Rajoy, con el aval del monarca, ha sido posible gracias al grave retroceso experimentado en las movilizaciones sociales que se habían venido produciendo en el último quinquenio. La seguridad que exhibe el gobierno de Madrid frente a Cataluña se produce porque una vez que las clases sociales, los partidos y los sindicatos artífices del Régimen del 78 se recuperaron del desconcierto inicial por la catarsis que estas movilizaciones les habían provocado, han procedido a su reagrupamiento con la intención de reafirmar - previos retoques - la continuidad del régimen monárquico que ellos mismos contribuyeron a instalar.
Hay que decir que tampoco es ajena a la recuperación de la iniciativa por parte del poder central, la frustración sentida por amplios sectores sociales que habían cifrado sus esperanzas en el acceso a las instituciones de organizaciones que se presentaban a sí mismas como "renovadoras” y “rupturistas”, cuando comprobaron que éstas fueron progresivamente entrando en "dique seco" y reproduciendo los mismos vicios, tics y conductas de los viejos partidos, sin que ello sirviera para modificar los males sociales que denunciaban.
Es en el marco de esa "debacle" de la movilización social donde la ofensiva españolista encuentra su fuerza y sus herramientas ideológicas. Como ha sucedido otras veces en el pasado, a esa ofensiva se unieron los sectores políticamente más atrasados de la sociedad española que, después de 40 años de apoliticismo electoralista, son muchos, variados y con diversa composicion de clase. El histórico "¡vivan las caenas!", clamado por sectores populares al retorno de Fernando VII, rebrotó por instantes durante los momentos más tensos del proceso político catalán.
Podemos tener la engañosa sensación de que esas circunstancias han variado ligeramente a día de hoy. Las grandes movilizaciones que se han producido en las últimas semanas podrían inducirnos a pensar que son un enlace con aquellas otras que tuvieron lugar en el último quinquenio. Pero sea o no así, a éstas, como a aquellas, les sigue faltando un componente esencial: la organización social y política. De ellas continúa estando igualmente ausente la conciencia de que el objetivo de dicha organización no puede consistir en utilizarlas para ganar unas próximas elecciones. Tener ese propósito no va a servir para cambiar la correlación de clases en este país. Todo lo contrario. En las condiciones actuales, ese vacío juega en contra de cualquier tipo de cambio real. Aunque hoy resulte duro hacerlo comprender, el objetivo fundamental debe consistir en organizar a la sociedad, o a una parte de ella, con el horizonte de un proyecto político para su transformación radical. Y es que la historia ha demostrado, reiteradamente, que mientras no se den esos requisitos, a medio o a corto plazo, la batalla estará inexorablemente perdida. Por una simple razón: porque el enemigo - subrayamos, el enemigo - sí está organizado, bien organizado. Y lo sucedido en el proceso político catalán es una avasalladora evidencia.
En cualquier caso, lo acaecido este fin de semana en Catalunya convierte la complejidad de la situación política en ese territorio en un hecho irreversible. Suceda lo que suceda, "gane" quien gane, o "pierda" quien pierda, hay que empezar a entender que ya nada podrá ser igual que antes. Cuando los pueblos son sometidos de forma tan inicua y arrogante, la memoria en ellos persiste por encima del transcurso del tiempo. Para el Poder Central eso deberia ser una obviedad. La Historia de España esta jalonada de "victorias" sobre la voluntad de los pueblos que luego terminarían convirtiéndose en sonoras derrotas. Esa es una de las razones por las que ya no habrá sosiego. Ni aquí, ni allí.