Los dos bandos y la izquierda contemplativa
No hay ni puede haber dos Españas, puesto que ni siquiera hay una; pero sí que hay dos bandos irreconciliables, que, en última instancia, son los mismos de siempre (ya lo dijo Platón mucho antes que Marx: “En todas las ciudades, grandes y pequeñas, hay dos bandos en guerra permanente, los ricos y los pobres”). Los mismos de siempre, pero con peculiaridades muy relevantes, que al parecer están confundiendo a algunos sectores de la izquierda.
La más importante de estas peculiaridades es la confluencia de antiguas reivindicaciones soberanistas e identitarias con antiquísimas reivindicaciones de clase. No todos los independentistas catalanes son de izquierdas, no todos aspiran a construir una república socialista; pero un buen número de ellos han comprendido (como muchos vascos, como la mayoría de los cubanos) que en el seno del capitalismo salvaje no hay espacio para la libertad y la justicia, y que la defensa de la propia independencia es un aspecto fundamental de la lucha contra un imperialismo depredador que quiere arrebatarles a los pueblos su identidad para poder arrebatarles todo lo demás. Y al igual que en Euskal Herria, en Catalunya la izquierda independentista no ha excluido la posibilidad de aliarse coyunturalmente con un sector de la burguesía, ante la imperiosa necesidad de hacer frente a un Estado terrorista dispuesto a todo con tal de impedir la autodeterminación de las personas y de los pueblos.
A algunos, entre los que me incluyo, nos chirrían y preocupan estas alianzas interclasistas; pero tan simplista como dejar de lado esta preocupación sería -es- rasgarse las vestiduras y tirar del manual del perfecto comunista. “Ni guerra entre los pueblos ni paz entre las clases”, no lo olvidemos nunca, y menos en estos tiempos confusos; “La religión es el opio del pueblo”, recordémoslo todos los días; pero analicemos cuidadosamente cada coyuntura concreta antes de hacer algo o dejar de hacerlo en función de una consigna.
He oído a viejos camaradas decir que el procés es una maniobra de la burguesía catalana y que se niegan a apoyar a meapilas como Junqueras y Puigdemont (por no mencionar los exabruptos de Frutos); una visión tan simplista como su contraria: la de quienes dicen -con horror o entusiasmo, según los casos- que el procés es una revolución orquestada por los antisistema.
Para bien o para mal (y de nosotros depende que sea para bien), la realidad no es tan simple.
Los puristas de la izquierda contemplativa deberían recordar que Chávez tenía una virgencita en su despacho y cada dos por tres esgrimía su crucifijo de bolsillo para ahuyentar a los vampiros del imperialismo; deberían recordar que el catolicismo es un fenómeno sumamente complejo y contradictorio, en el que tienen cabida cosas tan dispares como la teología de la liberación y los Legionarios de Cristo, y que en Catalunya hay un influyente sector de la Iglesia que tiene poco que ver con el nacionalcatolicismo del Opus Dei y la Conferencia Episcopal; deberían recordar que la burguesía catalana está escindida, y que la izquierda puede y debe aprovechar esa fisura. Y, sobre todo, deberían recordar los puristas que, en ocasiones, se puede avanzar junto a extraños compañeros de viaje sin renunciar a nada importante. Y que ahora no se trata de alterar un resultado electoral dentro del juego parlamentario al uso (como cuando el PSOE apelaba al “voto útil”), sino de asestar un golpe contundente, tal vez decisivo, a un Gobierno podrido y un Estado terrorista.
Ahora mismo, los dos bandos, pese a todas las complejidades y provisionalidades, se definen e identifican claramente: a un lado, los sinvergüenzas que siguen diciendo que esto es una democracia y los necios que se lo creen; al otro, los que tienen claro que hay que acabar con la España negra de los herederos de Franco, con su bandera mutilada y con el españolismo del “a por ellos”. Y tal como están las cosas, y por más que se empeñen los equidistantes en nadar y guardar la ropa, quien no está en un bando, está en el otro. En estos momentos decisivos, quien no se opone abiertamente al terrorismo de Estado, se convierte en su cómplice.