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Nacionales PP.Catalans :: 22/10/2010

Más allá de la huelga general

GADI Catalunya
"Por la conocida ineficacia y venalidad de UGT o CCOO, ha nacido la Asamblea de Barcelona, para poner en marcha un movimiento de lucha autónomo y realmente combativo"

Las medidas impuestas por el Gobierno español en los últimos meses en forma de recortes sociales son el mayor ataque a los derechos de los trabajadores/as , pensionistas y el resto de sectores populares desde el franquismo. Estos recortes son un paso más dentro del proceso de mercantilización en el que estamos inmersos desde hace más de 200 años. Detener efectivamente este proceso pasa por sustituir la economía de mercado y la “democracia” representativa, instituciones pilares del sistema actual que dan lugar a una creciente concentración de poder en manos de una minoría, por nuevas instituciones que aseguren la igualdad de poder económico, político y social entre las personas. La huelga general del 29 de septiembre, y en particular la movilización social vehiculada a través de la Asamblea de Barcelona, pueden ser un punto de partida para que muchas personas vayamos más allá de la lucha reivindicativa e impulsemos un cambio de paradigma social que haga posible la construcción de una nueva forma de organización social.

No agachar la cabeza

Después de que la ciudadanía de algunos estados europeos y en particular la del estado español haya sufrido en los últimos meses uno de los mayores recortes sociales y laborales de la historia (abaratamiento del despido, erosión incesante de los convenios colectivos, disminución de sueldos, congelación de las pensiones, etc.) los sindicatos UGT y CCOO convocaron, el pasado 15 de junio, una huelga general para el 29 de septiembre. Aprovechando esta convocatoria y en motivo de la conocida ineficacia y venalidad de estos sindicatos para defender los intereses de los trabajadores, se ha constituido en los últimos meses la Asamblea de Barcelona. Esta iniciativa para poner en marcha un movimiento de lucha autónomo y realmente combativo, organizado fuera de los sindicatos, que vaya más allá de un solo día de huelga y se convierta en un clamor contra las élites dirigentes y sus recortes socioeconómicos, ha encontrado eco entre varios sectores sociales.

La Asamblea de Barcelona se ha marcado el objetivo de construir de forma horizontal, juntando a todos los afectados por la crisis (estudiantes, parados, jubilados, trabajadores, etc.), una respuesta que exprese el rechazo a los recortes del Gobierno. En la primera asamblea, realizada el pasado 29 de junio en las cocheras de Sants, se acordó “buscar puntos en común que permitan poner en práctica medidas de resistencia contra los ataques a la clase trabajadora, no agachar la cabeza y luchar por los derechos de los trabajadores organizando la respuesta con asambleas de barrios, pueblos, lugares de trabajo, etc.” A partir de este primer encuentro se han realizado varias asambleas a nivel de barrios, lugares de trabajo y universidades, así como algunas asambleas generales para preparar la huelga y afrontar la lucha más allá de esta, como por ejemplo la celebrada el 15 de septiembre en la plaza Universitat, a la que asistieron más de medio millar de personas y donde se decidió el calendario de las próximas movilizaciones así como la fecha de la siguiente asamblea. La Asamblea de Barcelona adopta un funcionamiento democrático que apela a la participación y a la solidaridad de todo el mundo desde el ámbito local, coordinándose mediante delegados de las asambleas de barrio y de lugar de trabajo.

Sin embargo, antes de empezar la lucha y durante la trayectoria de la misma, vale la pena preguntarnos: ¿contra qué hay que luchar? ¿Qué provoca la precariedad de nuestras condiciones laborales y la opresión de nuestras vidas? La resolución de “no agachar la cabeza” es indudablemente acertada, pero es preciso que nos hagamos estas preguntas y reflexionemos profundamente sobre ellas para evitar, en la medida de lo posible, desgastarnos en esfuerzos fútiles.

¿Contra qué hay que luchar?

Es frecuente acusar a los cargos políticos (Zapatero u otros) o a las instituciones concretas que controlan el sistema (Gobierno de España, entidades financieras, etc.) de adoptar medidas que favorecen el lucro empresarial a despecho del bienestar de la mayoría de los ciudadanos, causando la crisis laboral y social; por eso, también resulta habitual, como hacen los sindicatos UGT y CCOO, pedirles a ellos las soluciones. Pero como se está viendo cada vez más claro, estos cargos e instituciones son meramente un engranaje de la maquinaria de la economía de mercado internacionalizada: ni Zapatero, ni Rajoy, ni la supuesta izquierda parlamentaria tienen ningún poder real para tomar decisiones que escapen de las dinámicas y los imperativos del consenso neoliberal (1).

Esto se debe al hecho de que en el marco de la economía de mercado capitalista, todos los países están obligados a incrementar su competitividad para intentar maximizar el crecimiento económico y de esta forma no entrar en recesión ni quedar fuera de juego. La necesidad de este sistema de crecer sin parar requiere de un aumento constante de la competitividad tanto a nivel microeconómico (empresas) como a nivel macroeconómico (el conjunto de la economía). Esto imposibilita que un Estado pueda detener -y menos aún revertir- un proceso que se reproduce en todo el mundo: el desmantelamiento de los controles sociales sobre el mecanismo del mercado y los consiguientes recortes de derechos laborales. Este proceso resulta necesario dentro de los marcos institucionales actuales para asegurar la circulación de los recursos humanos al mínimo coste y de esta forma, alcanzar la máxima competitividad, que como ya hemos dicho, es un imperativo estructural del sistema económico actual.

Durante un breve interludio en el proceso de mercantilización se pudieron introducir ciertos controles sociales sobre el mecanismo de mercado debido al bajo grado de internacionalización de la economía, a la elevada productividad y a la facilidad para alcanzar el crecimiento económico de mediados del siglo XX (la época “dorada” del capitalismo), que permitía estas “concesiones” a la sociedad en forma de Estado del Bienestar (protección laboral, medidas para la plena ocupación, servicios públicos, etc.) Sin embargo, desde los años 70 del siglo pasado la internacionalización de la economía y la necesidad de maximizar el crecimiento económico han ido imponiendo imperativamente alrededor del mundo, con cada vez mayor fuerza, el desmantelamiento y la erosión de las políticas que caracterizaban el Estado del Bienestar. Esto ha dado lugar a una nueva etapa del proceso de mercantilización: la modernidad neoliberal. Así, podemos ver como los planteamientos de la socialdemocracia han acabado fracasando estrepitosamente: primero perseguían reformas parciales del sistema como pasos graduales hacia el socialismo, se conformaron después con el bienestar y la plena ocupación dentro del capitalismo y finalmente, en las últimas décadas, han aceptado la reducción gradual del primero y el fracaso total de la segunda, convirtiéndose en parte integral del consenso neoliberal.

Así pues, hay que tener presente que en caso de que una tenaz y ardua lucha popular consiguiera detener las medidas que el gobierno pretende implementar e hiciera prevalecer los derechos sociales y laborales, esto solo podría imprimir un ritmo ligeramente más lento a las dinámicas del sistema en el que vivimos, que apuntan siempre a mercantilizar cada vez más nuestras vidas, con todos los efectos adversos que esto ocasiona (que en el ámbito laboral se concretan en el paro, la precariedad, la explotación, la alienación y la desigualdad). Las victorias que puedan alcanzarse dentro del marco institucional actual serán temporales hasta los siguientes ataques, y estos cada vez son más contundentes e implacables. Así pues, contra lo que hace falta luchar, es contra el propio sistema en el que vivimos, que es la raíz del problema. La forma de hacerlo no es protestando contra sus efectos, sino impugnando directamente sus propias instituciones y luchando para substituirlas por una nueva forma de organización social. Esto no significa que no tenga sentido alzar la voz y plantar cara cuando nos quieran aplastar. Significa que la forma de hacerlo es ir construyendo la alternativa que supere el actual sistema. Oponer resistencia a las crisis del sistema actual aceptando las mismas formas de pensar e instituciones que han creado los problemas que sufrimos, sin el objetivo explícito de superarlas, es como nadar a contracorriente, montaña arriba, en un río que cada vez tiene mayor fuerza. O buscamos otro sistema o cada vez será más difícil no ser arrastrados hacia abajo.

Más allá de la reivindicación

Aunque hay algunas ideas anticapitalistas entre los impulsores y participantes de la Asamblea de Barcelona, los objetivos principales por los que se lucha y las propuestas que se lanzan, de momento, van solo en el sentido de fomentar la movilización social para detener los recortes, y no en la construcción de una alternativa de sociedad. En este sentido, la Asamblea de Barcelona no ha llegado a superar el reformismo de los sindicatos mayoritarios y mantiene su mismo objetivo: detener los recortes. Vemos acertada la forma de lucha y de organización adoptada por la Asamblea de Barcelona, pero pensamos que esta organización democrática tendría que ser no solo un medio sino también un fin. No se trata solo de cambiar la forma de organizar la lucha con respeto a como lo hacen los sindicatos del sistema establecido; también es preciso cambiar el objetivo. Ha llegado la hora de ir más allá de la protesta y la reivindicación ya que, como hemos visto, por sí mismas, no pueden socavar la raíz sistémica de la crisis. Es momento de apostar claramente por la transición hacia una nueva forma de organización social basada en la igualdad y la autonomía en todos los ámbitos, de la cual la Asamblea de Barcelona podría ser una semilla. Este cambio de orientación de la lucha es especialmente importante y urgente en el contexto actual, caracterizado por el empeoramiento acelerado de la crisis multidimensional (económica, ecológica, social y política).

La huelga general es una buena forma de mostrar el rechazo a la pérdida de derechos y a los recortes sociales, pero es necesario organizar una resistencia proactiva y no solo reactiva, en el sentido de que se vaya creando la alternativa en lugar de solo intentar parar los ataques que se derivan de las dinámicas del sistema. Así pues, se debería fomentar la creación de una nueva conciencia y unas nuevas instituciones basadas en un proyecto de cambio sistémico hacia una forma de organización social auténticamente democrática y realmente ecológica, catalizando el movimiento de transición que conduzca a ella. Pensamos que en el proceso de catalizar este movimiento podríamos participar todas aquellas personas que nos damos cuenta de la naturaleza sistémica de la crisis multidimensional de hoy en día y comprendemos que protestar por sus efectos no es suficiente mientras no nos planteemos seriamente y construyamos efectivamente una alternativa de organización social.

Las dinámicas organizativas que se están poniendo en funcionamiento a través de la Asamblea de Barcelona y las asambleas de barrio, pueden convertirse en el germen de nuevas instituciones políticas democráticas. Partiendo del ámbito local (barrio, municipio), podemos ir tejiendo una confederación asamblearia que vaya creciendo territorialmente y constituyendo un nuevo polo de poder popular. Las pequeñas asambleas (en el ámbito local) pueden ir escogiendo delegados revocables con la función de transmitir la voz y la voluntad de estas a las asambleas confederales de delegados, más amplias geográficamente (como por ejemplo la asamblea de ciudad o de comarca), a fin de coordinar, administrar e implementar las decisiones tomadas por las asambleas locales (pero nunca tomar decisiones “en su nombre” como se hace en la “democracia” representativa). De esta forma podemos abrir una nueva esfera pública donde los ciudadanos puedan deliberar y decidir con igualdad de voz y de voto sobre todos aquellos temas que encuentren oportunos (no únicamente sobre un tema, como es el caso de la actual Asamblea de Barcelona, que se centra únicamente en la movilización social frente a los recortes).

Las Asambleas de Trabajadores que están constituyéndose también pueden ser una parte integral de este nuevo movimiento emancipador. Del mismo modo que las Asambleas Ciudadanas Confederales (basadas en las asambleas de barrio/municipio) pueden convertirse en la alternativa política al sistema oligárquico de la “democracia” representativa, las Asambleas de Trabajadores pueden convertirse en la alternativa a las jerarquías en el lugar de trabajo. Esto debería ir acompañado de un proceso para extraer cada vez más recursos económicos (trabajo, capital, tierra...) de la economía de mercado capitalista e introducirlos en un nuevo sector económico démico (2), poseído por las comunidades locales y controlado por las mismas a través de las Asambleas Ciudadanas Municipales/Confederales. En el caso de Cataluña existen muchos proyectos que ya abogan por otra economía (cooperativas, redes de intercambio...). Estos podrían ser parte integral de este nuevo movimiento si compartieran su programa general de transformación social y, en consecuencia, se orientaran en el sentido de convertirse en proyectos démicos, vinculándose explícitamente al movimiento democrático para el cambio sistémico, y, por lo tanto, adoptando las Asambleas Ciudadanas Municipales/Confederales como órganos de expresión del interés general de la ciudadanía y como institución soberana de la nueva forma de organización social en proceso de construcción. En la medida en que se materializara el sector económico démico, problemas como el paro o la alienación en el trabajo desaparecerían. Al mismo tiempo, esta economía démica también nos permitiría dejar atrás progresivamente la dinámica del crecimiento económico constante en la que estamos inmersos, que nos empuja directamente a la catástrofe ecológica, y sustituirla por el objetivo de la satisfacción de las necesidades humanas en una relación armoniosa con el medio ambiente (3).

Cambiar el paradigma social

Los momentos de crisis son momentos de cambio, de ampliar visiones, de pérdida de validez de los paradigmas vigentes y apertura para aceptar de nuevos. Esto es lo que necesitamos, un cambio de paradigma: transformar el imaginario colectivo y, paralelamente, cambiar las instituciones que condicionan nuestras vidas. En la medida en que los individuos vivimos en sociedad, no somos solamente individuos, sino individuos sociales, sujetos a un proceso que nos socializa y nos induce a internalizar la estructura institucional existente y el paradigma social dominante (4). En este sentido, no somos completamente libres de crear nuestro mundo sino que estamos condicionados por la historia, la tradición y la cultura. Sin embargo, este proceso de socialización puede romperse casi siempre por parte de una minoría de la población y en circunstancias históricas excepcionales incluso hasta para la mayoría. En este último caso, se pone en marcha un proceso que puede conducir al cambio de la estructura institucional y el paradigma social correspondiente.

El primer paso lógico para producir este cambio puede realizarse a través de espacios de formación, dinámicas de reflexión y medios de comunicación que posibiliten la emancipación del paradigma social dominante haciendo emerger un nuevo paradigma social democrático. A medida que avanzamos en este proceso, cada vez más personas podemos ver deseable organizarnos democráticamente en nuestros barrios, pueblos y lugares de trabajo, para ir construyendo una nueva forma de organización social que no complemente al sistema actual, sino que apunte a sustituirlo. Pensamos que a medida que nos vayamos implicando en estas nuevas instituciones de funcionamiento democrático, cooperativo, ecológico y autogestionario, experimentaremos sus ventajas y veremos las virtudes de extender este funcionamiento a toda la sociedad y a todas las dimensiones de la vida pública.

Pero este proceso no tendrá lugar por si solo. La historia la escribimos las personas, y por mucho que una crisis multidimensional sin precedentes nos pida un nuevo sistema, este no se hará realidad si no le dedicamos nuestra ilusión y nuestras energías. Hoy en día, el trabajo que tenemos por hacer es inmenso. Quizás más que nunca resulta acertada aquella frase de Tucídides que dice: “Hay que escoger: o descansar o ser libres”. Deseamos que la iniciativa combativa y autónoma que se está generando desde la Asamblea de Barcelona trascienda la reivindicación parcial contra los recortes socioeconómicos y desencadene la reflexión colectiva global, a fin de crear un movimiento que abogue por superar el sistema actual, construyendo una forma de organización social pensada para servir a las personas y controlada por ellas mismas.

Notas

(1)Con la expresión “consenso neoliberal” nos referimos al conjunto de políticas que se han implementado alrededor del mundo desde mediados de la década de los años 1970 y que buscan incrementar el poder de aquellos que controlan la economía a través de la reducción drástica del control social sobre el mercado Las principales tendencias del consenso neoliberal son las siguientes: liberalización de los mercados, privatización de las empresas estatales, reducción del estado del bienestar a una red de seguridad y un paralelo estímulo de la expansión del sector privado hacia los servicios sociales (salud, educación, pensiones, etc.) y redistribución de los impuestos en favor de los grupos de mayores ingresos.
(2) “Démico” es un adjetivo referente a cosa del pueblo, que pertenece al pueblo, que es popular. Proviene de “demos”, palabra griega que significa comunidad, pueblo.
(3)Para una descripción detallada del funcionamiento económico propuesto y la transición hacia este, ver “Hacia una Democracia Inclusiva” capítulos 6 y 7.
(4)Con la expresión “paradigma social dominante” nos referimos al sistema de creencias, ideas y los correspondientes valores que son dominantes (o tienden a serlo) en una sociedad particular en un momento particular de la historia, en consonancia con las instituciones políticas, económicas y sociales existentes.

 

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