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Nacionales PP.Catalans :: 28/02/2019

Muerte a la inteligencia. El juicio del Procés

Juan Sanchez
Los presupuestos se han tumbado porque para el progre de Pedro Sánchez hay una cosa más importante que sus presupuestos: la unidad de España.

La actualidad política viene marcada por el juicio del Procés. Estos días hemos podido ver a políticos catalanes sentándose en el banquillo, se les acusa de rebelión y sedición, y -si la acusación particular pudiera- de ser enemigos de España.

En los turnos de declaraciones ha quedado clara la talla política -y humana en muchos casos- de la gran mayoría de los acusados en este juicio. La defensa de Raúl Romeva llama especialmente la atención. Su alegato viene avalado por su trayectoria personal y política, siempre coherente y con la paz como elemento innegociable. Romeva acudió aquel día en París, uno de los pocos políticos del Estado Español que allí estuvieron. Aquel caluroso día de junio de hace dos años se rendía homenaje a Francesc BoixBoix era un fotógrafo y militante comunista que estuvo confinado en el campo de concentración de MauthausenRomeva fue a reivindicar la memoria de los demócratas, más allá de comulgar con su ideario y de nacionalidades, por una mera cuestión de democracia y antifascismo. El mismo día, Rajoy(Presidente del Gobierno por entonces) también estaba en París, pero, evidentemente, no iba a ir a un acto de populistas que abren viejas heridas homenajeando a un comunista catalán.

La talla de Romeva, y de muchos otros acusados, contrasta con la de los dirigentes del Estado central. El Estado Español tiene un problema sistémico, un virus que no termina de matarlo pero que está provocando que su mal se haga crónico. Cuando la intelectualidad muere, la verdad no importa y, cada vez, la intelectualidad está más muerta, mientras que la verdad vale menos.

La clase política de cualquier sociedad, bajo una democracia burguesa, no es más que un ejemplo de las aspiraciones y anhelos de la sociedad a la que representan. La inacción e impasibilidad ante los problemas de Rajoy o la represión del 155; chocan de frente con el compromiso de quienes, cumpliendo su programa electoral, lo anteponen a su propio bienestar aunque ello signifique exilio y cárcel. Esta dicotomía es trasladable a la sociedad que les respalda, unos que salen con su bandera a «desalojar al okupa», a pedir «mano dura» y a decir que «los catalanes a la cárcel», frente a quienes se movilizan para que las urnas estén disponibles, se organizan en CDR y condenan la represión.

Mientras tanto, los esbirros de las oligarquías, los medios de comunicación de masas, a lo suyo, creando ideología para que la hegemonía vigente no solo no esté en peligro, sino que sea aún más fuerte. Es preocupante ver cómo proliferan las banderas en los balcones, cómo la desmovilización es cada vez mayor y cómo el fascismo cala más y más en la clase obrera y en los sectores de población más jóvenes.

Pero más preocupante aún es que se pongan de perfil aquellos que se hacen llamar de izquierdas. Quienes entran en un juego mediático que saben de antemano que está perdido. O, lo que es aún peor, que entran en ese juego porque son elementos necesarios para desactivar la poca movilización social que queda.

Tras el fracaso de los presupuestos circulan imágenes y textos en redes que hablan de un supuesto pacto entre «las derechas y los independentistas catalanes» para «tumbar los presupuestos más sociales de las últimas décadas». Asumiendo que esos presupuestos de la socialdemocracia -o más bien social-liberalismo- fuesen favorables a la clase obrera -que ya es asumir-, el panorama es desolador, pues la izquierda ha comprado el discurso que sentencia de muerte a la intelectualidad. No, señores, los presupuestos no se han tumbado por un pacto entre independentistas catalanes y derecha, NO. Los presupuestos se han tumbado porque para el progre de Pedro Sánchez hay una cosa más importante que sus presupuestos: la unidad nacional de España.

Cuando intelectualidad no vale, la verdad la imponen las pistolas. La izquierda ha renunciado a la intelectualidad, ha renunciado a la movilización, ha renunciado a lo único que le puede garantizar su triunfo. Esto es doblemente perverso, pues se asume el postulado clasista posmoderno de que un obrero no puede ser alguien intelectualmente formado. Al final, todo se resume en una cuestión de clase. Y es precisamente cuando se descubre esa cuestión de clase, cuando se desenmascara al enemigo.

Está claro que la mayor parte de los independentistas procesados no tienen como objetivo último el triunfo de la clase obrera. Sin embargo, su condición de presos políticos es innegable. En este Estado no hay futuro para la clase obrera y las capas populares bajo el status quo; launidad nacional española es una cuestión borbónica y relacionada con una serie de valores reaccionarios y antiobreros. Quizá los presos políticos catalanes y la sociedad catalana en general no tengan como objetivo último la emancipación de los/as trabajadores/as, pero sus convicciones y valores democráticos son mucho más avanzados que los del Estado central. En 40 años han sido los únicos capaces de abrir una brecha en el Régimen del 78 y en la indisoluble unidad nacional. Unos defienden valores de libertad y progreso; otros, de represión y oscurantismo. Unos se movilizan en las calles de forma cívica y pacífica; otros, movilizan todo el aparato represor y judicializan un problema político.

El pasado 6 de febrero, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo confirmó el fallo, sobre el caso Beteragune, a favor de Otegi (y ya van varios), quien sigue inhabilitado. Cinco países europeos dan la razón a los presos políticos, probablemente el TEDH falle en unos años en el mismo sentido que lo ha hecho con Otegi. Mientras tanto, la supuesta izquierda seguirá en su equidistancia -intentando no enfadar a su socio socialdemócrata-, soltando boutades y exabruptos, y diciendo que no comparten pero respetan las decisiones judiciales. En definitiva, desmovilizando a la gente mientras el fascismo no deja de pescar en río revuelto.

Juan Sánchez

 

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