Valencia: la tragedia del cambio climático, la especulación y el “que no se note” de los poderosos
Valencia sigue sumida en el luto. Más de 200 muertos, pueblos devastados, carreteras arrasadas, y miles de familias que perdieron, además de sus hogares, cualquier certeza sobre su seguridad. Esta catástrofe no es una mera fatalidad; tiene causas y nombres, aunque los políticos burgueses y los medios burgueses prefieran mirar hacia otro lado. El cambio climático y un modelo de desarrollo especulativo, sin respeto alguno por el territorio y menos aún por la gente trabajadora que lo habita, han sido el cóctel perfecto para esta tragedia. Y a medida que el país se enfrenta a las ruinas, los poderosos buscan excusas para eludir su responsabilidad.
Un modelo de crecimiento insostenible y la hipocresía del cambio climático
El cambio climático, ese fantasma que las élites insisten en negar o minimizar, nos acaba de pasar otra factura sangrienta. Pero para algunos, sus consecuencias son apenas una molestia "sobrevalorada" en el camino de su agenda de desarrollo capitalista. Construcciones sobre ríos, costas y barrancos; urbanización en cualquier espacio libre; extracción de arena y agotamiento de las reservas de agua... Todo vale, siempre y cuando el negocio prospere.
Mientras tanto, vemos cómo en cada temporada de lluvias los habitantes de estas zonas, ajenos a los despachos de lujo donde se diseñan estos proyectos, quedan expuestos a los desbordes y las riadas. ¿Y qué le importa a las grandes constructoras y a sus aliados en el gobierno si sus proyectos en la costa mediterránea acaban siendo trampas mortales? Después de todo, la lógica es clara: lo importante es llenar de ladrillo el país mientras se pueda y dejar los problemas "de la naturaleza" para los que vienen detrás. Así, el cemento manda, el territorio calla y el pueblo... paga.
La gestión del PP: recortes y culpas ajenas
Es imposible hablar de esta tragedia sin mencionar la gestión del Partido Popular en la Comunidad Valenciana. Apenas volvieron al poder, su primera gran medida fue desmantelar la Unidad Valenciana de Emergencias, un organismo que podía haber sido crucial en esta crisis. ¿La razón? Ahorrar y reestructurar, es decir, hacer sitio para algún que otro "contrato prioritario" de los que se les da tan bien. Carlos Mazón, presidente de la Generalitat, recortó y luego miró hacia otro lado, no vaya a ser que tuviera que asumir la responsabilidad de prever y proteger. Y además no da para privatizar, porque las empresas privadas no quieren hacerse cargo de gestionar estos temas que dan pocos beneficios y muchos problemas al empresario.
La cadena de negligencias es larga. La Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) lanzó alertas rojas desde la madrugada del 29, pero en lugar de tomar medidas inmediatas, el presidente de la Generalitat, en un alarde de serenidad y estupidez, aseguraba que lo peor ya había pasado. Mientras tanto, la realidad en las calles era otra: arroyos desbordados, barrancos que se llevaban todo a su paso y la población atrapada en una tormenta que superó todas las previsiones. La respuesta oficial fue un SMS de emergencia enviado cuando miles ya estaban atrapados en sus coches o subidos a tejados para salvar sus vidas. Ironías de la gestión moderna con tecnologías 'made in USA' de última generación: el mensaje de alarma llegó cuando la gente ya estaba a medio ahogar.
Solidaridad frente al caos: el pueblo da ejemplo
Sin embargo, mientras los partidos políticos se preocupan por salvar su imagen, la gente ha demostrado, una vez más, que la verdadera fuerza viene de la solidaridad. Los valencianos han llenado las calles con palas, escobas y baldes para limpiar el lodo y rescatar lo que puedan de sus comunidades. En una muestra solidaria de apoyo mutuo, las escenas de vecinos ayudando y compartiendo lo poco que les queda contrastan con la indiferencia de quienes se ponen chalecos rojos y dan declaraciones oficiales desde los despachos.
La ironía es evidente: mientras la Generalitat Valenciana y el PP piden calma desde sus oficinas, el pueblo, abandonado y dejado a su suerte, organiza su propia respuesta y demuestra, una vez más, que cuando los poderosos fallan, es la solidaridad de la gente común la que sostiene a la comunidad. Los responsables intentaron primero desalentar la participación ciudadana en las labores de rescate, como si temieran que la movilización social dejara en evidencia su ineficacia. Pero la presión fue tan grande que no tuvieron más remedio que abrir espacios para organizar la ayuda.
Y claro, cuando el Borbón y Sánchez aparecieron en sus caravanas de cochazos rodeados por militares y policías para protegerlos (que no habían estado cuando se los necesitaba), ocupando la única carretera disponible para la llegada de ayuda, pasó lo tenía que pasar: el pueblo los echó sin contemplaciones.
Un pueblo que exige justicia y un cambio urgente
La tragedia de Valencia debería ser una señal de alerta para todos. No es solo un fenómeno natural; es el resultado de un modelo de desarrollo especulativo y de una clase política más preocupada por los beneficios económicos y por las próximas elecciones que por la seguridad de la población.
En los próximos días, el 9 de noviembre, diversas plataformas han convocado una manifestación en Valencia para exigir justicia y pedir la dimisión de Mazón. La gente está cansada de las excusas, de los recortes y de ver cómo su vida y sus hogares son el último eslabón en las prioridades de este sistema.
Cuando el capital manda, las personas pasan a segundo plano. En lugar de proteger el territorio y a quienes lo habitan, se invierte en ladrillo, en urbanizaciones sin control y en discursos vacíos cuando todo falla. La tragedia de Valencia debe ser un punto de inflexión: la población exige participación, políticas que beneficien a los de abajo, un modelo de desarrollo sostenible y, sobre todo, que los responsables de estos recortes y decisiones políticas se enfrenten a las consecuencias de sus actos. La vida, la tierra, el trabajo y la dignidad de la gente no pueden seguir siendo el precio que se paga por los intereses de unos pocos.
Especial para La Haine